domingo, 26 de agosto de 2007

Esto no es palabra de Dios (Fragmento)

Cuando alguien se pregunta a cerca del concepto de la originalidad, tal es mi caso en esta no-reflexión, se estrella inevitablemente en una multitud de consideraciones. Están, por ejemplo, la teoría sobre El origen de las especies de Darwin, la creación divina, la generación espontánea, el genio creador y no sé cuántas más.
El caso es que me encontraba queriendo escribir algo a cerca de los objetos inútiles. Había estado aplazándolo para cuando terminara una investigación que me daría algo de dinero para seguir sobreviviendo y, debido a que ésta se me convirtió en una desesperada lucha por entender algunos conceptos filosóficos, el plazo se hizo demasiado largo.
Lo que sí conseguí fue contaminarme con tantos trabalenguas cósicos Heideggerianos que, al terminar el estudio que realizaba y enfocarme de lleno a la reflexión de objetos inútiles, ya me preguntaba por lo que de inútil tiene el inútil y otras cosas por el estilo. Mala idea comenzar algo literario sin el debido reposo filosófico.
Como ya te habrás dado cuenta, no soy ni un poco ducho en el campo tan caóticamente sistemático de la filosofía, sin embargo, la curiosidad por esta disciplina primigenia me llevó a pensar dónde está precisamente eso, lo primero, el origen. Otro craso error. ¿Para qué la atracción por lo indefinible? Bueno, veamos que sale:
«Y Dios dijo hágase la luz, y la luz se hizo» Pero, como la religiosidad no es lo mío, vayamos por otro lado. Lo importante en esa frase no es «Dios» sino «dijo», ¡claro! La creación, el origen, está en el lenguaje: decir es hacer. Entonces ¿cada vez que alguien dice algo, está creando? Por supuesto que el lenguaje no se reduce a las palabras, el campo de los signos es más amplio; digamos entonces que cada vez que alguien emite un signo, crea.
Si lo anterior fuese cierto, ¿qué hay en la producción en serie de original?, ¿acaso ésta no sigue un patrón? Lo original residiría entonces en la creación de dicho patrón. Se me ocurre un ejemplo: uno de los grandes inventos de la historia fue el aparentemente insignificante cortaúñas, ese artefacto consistente en un par de palancas con cuchillas en el extremo más corto; la probadísima utilidad de dicho invento no lo hace, sin embargo, original. Con una pequeña ojeada a cualquier historia de los inventos, sí no importa que sea en Internet, nos llevará a revisar como antecedentes del cortaúñas desde las tijeras, el cuchillo y la palanca, hasta llegar a la mismísima roca afilada, no obstante, ¿a quién le podemos atribuir la fabulosa idea de fragmentar una roca y usar la parte cortante para fines provechosos?